Escúchalo:
31/01/24
La inteligencia nos envuelve. Nos rodea, nos arropa, nos acuna la inteligencia artificial. Solo le falta cantarnos una nana para dormir. También lo hará si así se lo pedimos. ¡Qué voluntariosa y servicial, la IA!
Preguntamos a Siri y a Alexa todo lo que se nos ocurre. Nos dejamos guiar por GPS. Las tiendas online nos sugieren productos que ‘nos interesarán’. Escuchamos música en Spotify y en nuestras listas de temas preferidos nos aparecen ampliaciones automáticas. En las plataformas de contenido audiovisual, ya está previsto lo próximo que veremos. En las redes sociales, a las que delegamos parte de nuestras relaciones humanas, gran parte en el caso de algunos/as, el algoritmo nos conduce a los contenidos que encajan con nuestros perfiles, cada vez más definidos y acotados, cada vez más previsibles, privándonos de todo lo demás.
¿Cuándo fue la última vez que te perdiste por una ciudad nueva? ¿Cuándo recuerdas haber pedido indicaciones en la calle para llegar a algún sitio? ¿Te ha ocurrido en el último año? ¿Y cuánto hace de aquella vez en que te pusiste a escribir para recabar tus propias respuestas a las preguntas que a ti misma/o te haces? ¿Cuándo fue la última vez que os pusisteis a escuchar una canción nueva recomendada por un amigo y os parasteis a escuchar la letra y tomar nota sin leerla en la pantalla?
Mi hermana me decía el otro día que, cuando eran jovencitas, ella y su amiga Marta salían a darse una vuelta a conocer gente. Esa era la finalidad: pasear y charlar con personas nuevas, por el gusto de conocerlas, de sorprenderse, de hacer amigos insospechados.
En estos días en que la inteligencia artificial nos arrulla y nos hipnotiza con sus cantos de sirena, lo que antes era habitual nos resulta ingenuo, raro, extravagante y hasta peligroso. ¡Hemos sucumbido tan velozmente a sus encantos!
¿Y si, delegando tanto a la inteligencia ‘maquinada’ que habita en nuestros bolsillos, estuviéramos relegando mucho de lo jugoso que hay en la vida interior y compartida?
Hay quienes estamos observando(nos) y experimentando la recuperación de esos espacios libres de IA y de móviles ubicuos.
¿Y si lo inteligente fuese acotar su uso con finalidades muy concretas?
Decía mi profesor de Filosofía: «Las más inteligentes son las preguntas abiertas. Las respuestas cerradas nos embrutecen».
¿Y si en lo humano fuese mucho más inteligente llamarse, encontrarse, conversar y abrazarse?
¿Seguro que eres más inteligente que tu smartphone?
Firma este artículo: Macu Cristófol – Lea
¿Ganas de leer más?
Te dejamos otros artículos:
Deja una respuesta