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Lo que el apagón me enseñó sobre aburrirme (y por qué no está tan mal)

Buenas, querida o querido❤️:

El pasado lunes 28 de abril, con el apagón que dejó a nuestra península ibérica sin luz 💡 ni conexión 🛜, me pasó algo que no esperaba: quise aburrirme. Sí, así tal cual. Me di cuenta de que llevaba siglos sin hacerlo de verdad. Sin móvil, sin música, sin Netflix, sin mis acciones en la asociación, sin poder estudiar mis artículos de resonancia funcional… Solo yo, mis hijas, mi marido, el silencio y… nada que hacer.

Y en medio de esa nada, me cayó una ficha: aburrirse es raro hoy en día. Y no porque no tengamos tiempo ⏳, sino porque nos da miedo. Sandi Mann, que es psicóloga y escribió un libro que se llama El arte de saber aburrirse, dice que aburrirse no solo es normal, sino necesario. Que el cerebro necesita ratos muertos para ponerse creativo, para “oxigenarse”, para coger carrerilla y concentrarse mejor… Pero claro, en la vida real no nos enseñaron a soportar ese vacío sin querer llenarlo con algo.

Porque hoy aburrirse parece una especie de crimen 🔪. Sentarte a no hacer nada te hace sentir culpable, como si estuvieras desperdiciando tu vida. Y no ayuda nada que estemos hiperconectados las 24 horas. Cada vez que tenemos un rato libre, lo tapamos con Instagram, con una serie de Netflix, con un podcast de Ivoox, con lo que sea. Solo para no estar a solas con nosotros mismos.

El pasado lunes fue diferente. No hubo opción. Se fue la luz, se cayó el wifi y, de repente, no había forma de entretenerme como siempre. Y ahí me di cuenta: ¿sabré aburrirme sin volverme loca? Porque no tener nada que hacer es algo que no estoy acostumbrada a tolerar.

Durante el apagón 📴, toda esa tarde, sin tareas ni conexión, tuve momentos de ansiedad inesperada 😰. Es como si algo dentro de mí dijera que debería estar aprovechando el tiempo. Esa sensación de culpa es el reflejo de un modelo de vida que mide el valor personal por la cantidad de cosas que hago, no por la calidad del descanso ni del tiempo sin objetivos. Leí 📖, construí con legos 🧩, charlé con mis hijas 🫂, ordené 🧮… pero incluso en esas tareas me descubrí apurada, calculando cuánto me faltaba para acabar, como si fuera una tarea más en una lista interminable.

También me puse a pensar en todo lo que no estábamos viendo: Si nadie lo sube a las redes, ¿realmente está sucediendo? Vivimos bajo la dictadura del “pic or it didn’t happen”, en la que incluso los momentos de ocio deben recibir su validación pública. Si corres , hay que subir la foto del reloj ⏱️; si ves una peli, hay que postearlo con opinión incluida 📽️; si te vas de vacaciones, mínimo 10 stories 🏕️. Pero… ¿Cómo se publica el aburrimiento? ¿Cómo se comparte el arte de simplemente estar? ¿A quién le importa?

Y eso lo hace aún más difícil. Porque el aburrimiento no se muestra, no se vende, no se mide con likes. Y sin embargo, es tan necesario… Estamos atrapados en una cultura que glorifica la productividad constante. La slow life es una moda que muchos mencionan, pero pocos practican con sinceridad. 

Por eso propongo algo 💡: dejemos que el aburrimiento vuelva a entrar en nuestras vidas y, especialmente, en la vida de nuestros hijos e hijas. En lugar de rellenar cada minuto con actividades, vídeos, juegos o pantallas, abramos espacios para que puedan imaginar, explorar, reflexionar e incluso ¡filosofar!. Deja que tu hijo se aburra sin mirar el móvil en la cola del súper, deja a tu niña sin nada más que hacer que esperar mientras llega el bús y, por supuesto, déjalos que se aburran en casa. El aburrimiento no es el enemigo, es una herramienta para el autoconocimiento. 

Cuando ocurrió el apagón, la vida frenó, descubrimos lo poco acostumbrados que estamos a la pausa. Aburrirse es incómodo, sí. Pero también es profundamente humano. Tal vez ha llegado el momento de recuperar esa habilidad olvidada ❤ ️.

ASÓCIATE A NOSOTROS. SOMOS MUCHOS. ESTAMOS JUNTOS. 

María Vidal Denis, Asociación Educación Digital Responsable.

https://docs.google.com/forms/d/10bDQ7ZoMdKh_fD0zietyqEmzD6LFCTMHge5EKEib74w/viewform?edit_requested=true